Cuartos muy delabrados, con los sanitarios, lava manos, duchas en mal estado. Ni siquiera ponen jabón ni shampoo. Según cuentan, tía Helena, el alma de este lugar, murió en 2015. Parece que su espíritu de limpieza, servicio, hacer sentir cómodo al turista en un lugar bellísimo, se fue con ella. Camas viejas, almohadas viejas e incómodas, que no huelen bien. El desayuno, supuestamente hecho en casa, se agota rápido y no tiene buen sabor. Se fue el amor de la posada. Lo único inolvidable: la sonrisa de Moisés, el recepcionista.
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