Como les gusta sorprenderme, mi mujer y mi hija habían elegido para pasar un par de noches este destino, y en broma me decían que por primera vez iba a dormir en un palomar. Estoy acostumbrado a que cumplan y, sabiéndome exigente, siempre eligen un alojamiento inmejorable. En esta ocasión superando las expectativas. En un entorno distanciado de la población, en naturaleza plena de aromas y con la excepción de algún molino de generación eléctrica en la distancia, como tantos que existen por la zona. El acceso combina carretera asfaltada con un tramo menor de camino rural, de amplitud suficiente para cruzar con otro vehículo, estando bien señalizado. La edificación sigue la norma y estética de los cortijos andaluces, mejorada con la incorporación de piscina, bar restaurante y servicios imprescindibles como wifi gratuito y tv. Lo de palomar no es por las dimensiones de las habitaciones, que todo lo contrario, son espaciosas, de nueva construcción o reforma, con baño completo y agua caliente que obedece a su llamada. Las ventanas, dotadas de Climalit poseen rejillas mosquiteras aunque no fuimos conscientes en ningún momento de la presencia de estos amigos de nuestra sangre. En las paredes no cuelga la típica lámina de hotel sino lienzos, algunos de considerables dimensiones, sin duda pintados con mucho amor hasta quedar satisfecho su autor, lo cual no implica idéntica respuesta favorable por parte de quien los contemple, pero superando sin duda con mejor gusto las simples estampas en marco acristalado. El dueño, creo que lo es, un señor d'âge moyen al que se le adivina por su acento la lengua francesa nativa, podría ser el compañero ideal de agradables charlas alrededor de unas cervezas frescas. Su exquisita atención al detalle, a la pulcritud imprescindible en esta época, y su espíritu conservacionista y ecologista, son de valorar y contribuyeron a hacer muy agradable nuestra estancia. No menos grata la presencia de una joven amabilísima que atendía tanto al bar como al correcto desarrollo de la vida y la comodidad en el hotel, siempre dispuesta a agradar. Lo de palomar, decía, les viene por la existencia adjunta de una edificación expresa para la vida de estas aves, reminiscencia de un centenario negocio hoy extinto. Algo así como un bloque de viviendas pajariles formada por infinidad de elementos cerámicos encastados en las paredes a modo de nidos, todas dispuestas para ser utilizadas por las parejas (de palomas, se entiende) en las gozosas actividades de reproducción y cría. Todas estas viviendas disponen de aseo colectivo al pie de la pared donde las palomas depositan sus excedentes de digestión pudiendo coincidir tal operación con el paso de algún visitante que saldrá del recinto condecorado con la insignia columbar. Para terminar, dos de los grandes responsables de la excelencia en la estancia fueron el aire puro y perfumado y el silencio, este último para mí más valorado que el oro. A destacar, quizá fue suerte, la educación y sent
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